Hoy en día, el bowling deportivo sobrevive casi de milagro dentro de boleras comerciales. Y recalco sobrevive, porque estos espacios no son centros deportivos, son centros de ocio. Se parecen más a un pub o a un cine que a un lugar de entrenamiento. Como cualquier negocio, su objetivo es claro: maximizar beneficios y reducir costes. El problema es que la mayoría de la gente va a la bolera a tomarse una cerveza con amigos, no a practicar bowling como deporte.
Con ese público objetivo, el bolichero queda desplazado. Nos ofrecen partidas a precio federado solo en ciertos días, con condiciones muy específicas, y torneos o ligas que se juegan sábados o domingos por la mañana—cuando no hay familias tirando bolas con bumpers y dinosaurios de plástico. Cada día entrenar en condiciones mínimamente decentes se vuelve más difícil.
Hay cosas a las que ya estamos resignados: olvídate de jugar en un patrón decente, mucho menos en un patrón sport. Niños corriendo por todo el approach, madres con el móvil ocupando pista y media, el ruido ensordecedor de las arcade machines, el control llamando por megafonía al siguiente turno. El approach más pegajoso que una pista de discoteca, tras ser pisado con aceite por todo el mundo que luego vuelve caminando como si nada.
Cada vez hay menos opens, premiaciones más pobres, y ligas mediocres que cada día más terminan por desplazar a los jugadores que quieren competir seriamente. Las boleras donde se puede jugar bowling de verdad se cuentan con los dedos de una mano, y encima te empiezan a hacer sentir incómodo, como si estorbaras. Y lo peor es que no te queda otra que aceptarlo.
Ahí entra el string bowling. ¿Es un mal necesario? Puede ser. Pero también es otra concesión más que hacemos los deportistas. Y no han sido pocas. No se trata de ser purista. No estamos hablando de resistirse a cambiar una bola de urenato por una reactiva. Estamos hablando de una distorsión. Un síntoma más de que el bowling está muriendo.
Paradójicamente, una bolera llena significa menos bowling. Porque cuando el espacio se llena de ocio, el deporte desaparece. Y la gran tragedia es que la mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que es el bowling como deporte. No se ha sabido construir afición, ni proyectar una imagen deportiva sólida. Nuestra única vitrina son los pocos torneos que tenemos, pero está claro que necesitamos hacer mucho más. Hay que aprovechar mejor lo que se genera en esos eventos en cuanto a difusión, conectar con el público, explicar qué es realmente este deporte y por qué vale la pena defenderlo.
Y aquí quiero dejar algo muy claro: esto no es una crítica a los organizadores de torneos, ligas o eventos. Al contrario, me consta que hacen un esfuerzo enorme con pocos recursos, y eso merece todo mi respeto y aplauso. Esta es más bien una llamada a todos—jugadores, organizadores, federaciones, boleras—para pensar juntos cómo devolverle protagonismo al bowling deportivo. Para buscar nuevas ideas, abrir espacios, y construir futuro.
Porque sí, duele darte cuenta de que te están desapareciendo en silencio. Pero todavía estamos a tiempo de hacer ruido.